Pablo González de Castejón - 12/10/2016
Los argumentos de los nacionalistas para intentar justificar sus reivindicaciones no son nuevos. Cada año repiten una y otra vez una serie de ‘mantras’ que con el tiempo muchos catalanes han acabado por aceptar como verdad a pesar de que los hechos indiquen justo lo contrario.
Se trata de una estrategia que han empleado durante todo el siglo XX, pero que ahora en el XXI les ha dado mejor resultado que nunca, aunque algunos se hayan excedido un poco con algunas afirmaciones como que Cervantes era catalán o incluso que la teoría de la relatividad también es catalana. Aunque tiempo al tiempo.
Por eso mismo, el escritor Jesús Laínz quiso desenmascarar una vez más todas esas mentiras en su libro “España contra Cataluña” (Encuentro Editorial). Un ejercicio tal vez funesto, pues en Cataluña los nacionalistas lo tacharán de propaganda ‘españolista’, pero aún así reproducimos por su interés esta pieza de Periodista Digital que resume en diez puntos el libro de Laínz.
No es cierto. Los condados catalanes nunca conformaron un reino independiente, sino que pasaron en el siglo XIII de la soberanía de los reyes francos a la de la Corona de Aragón. Por el contrario, otras regiones españolas actuales (Asturias, León, Castilla) sí fueron reinos y, sin embargo, no se deduce de ello derecho alguno a la secesión.
La primera capital de la Hispania romana fue Tarragona. Y la primera de la Hispania visigoda, Barcelona. Durante la Edad Media, los catalanes participaron, al igual que los demás españoles, en la reconquista (por ejemplo, Jaime I de Aragón conquistó el reino de Murcia en nombre y por cuenta de su yerno Alfonso X de Castilla).
Asimismo participaron en el proceso repoblador, pero no sólo de Valencia y Baleares, sino también de territorios castellanos como Valladolid o Sevilla. La sevillana Coria del Río fue otorgada por Alfonso X a “150 omes de Catalunna”.
Y los catalanes participaron durante siglos en todos los hechos de armas de la historia de España: la conquista de Granada, la de Navarra, la de Nápoles, la de América, los Tercios de Flandes, la batalla de Lepanto, etc.
Todos los testimonios de aquella época demuestran lo contrario. Jaime I escribió en “Llibre dels feits”: “Porque lo hemos hecho en primer lugar por Dios, en segundo por salvar a España, y en tercero para que tengamos el gran honor de que gracias a nosotros se haya salvado España”.
Y de Ramón Muntaner llegó la mejor explicación de la solidaridad política que, por encima de ambiciones y enfrentamientos, informó a todos los monarcas medievales españoles, cuando reclamó una política conjunta de todos los reyes “de España, que son una carne y una sangre”.
Esta creencia viene dada por la orden a Ovando de los Reyes Católicos en 1501 sobre que “no haya extranjeros de nuestros reinos y señoríos”, pero no se referían a los catalanes sino a los flamencos de la corte de Felipe el Hermoso y estaba destinada a prohibir el comercio de las Indias con y desde puertos de Flandes.
La realidad fue, además, que los aragoneses y los catalanes participaron desde el principio en la empresa americana, monopolizada, eso sí, desde los puertos castellanos hasta su liberalización por Carlos III.
Por ejemplo, el jefe militar del segundo viaje de Colón fue el ampurdanés Pedro de Margarit al frente de doscientos soldados catalanes. El primer vicario apostólico en las nuevas tierras fue Bernardo Boil, benedictino de Montserrat.
Jaime Rasqui fue uno de los conquistadores del Río de la Plata. Juan Orpí fundó Nueva Barcelona en Venezuela. Juan de Grau y Ribó, compañero de Hernán Cortés, se esposó con Xipaguazin, hija de Moctezuma. Y el leridano Gaspar de Portolá conquistó California.
No es cierto que Cataluña fuese un estado soberano en 1714, sino un territorio con algunas instituciones propias, como en cualquier otro lugar de la Europa del Antiguo Régimen, y parte constituyente de la Corona de Aragón, es decir, de España.
No es cierto que se tratase de una guerra entre castellanos y catalanes, sino entre partidarios de dos candidatos al trono de España, Felipe V de Borbón y el archiduque Carlos de los Austrias. No es cierto que lo que moviese a los catalanes fuera la castellanofobia, sino la francofobia.
No es cierto que Felipe V suprimiera la soberanía nacional representada en las Cortes catalanas, pues eran estamentales y no representaban a soberanía nacional alguna. No es cierto que Felipe V incorporara Cataluña a Castilla, sino que uniformizó legislaciones y centralizó el gobierno, fenómeno general en toda la Europa de aquel tiempo, lo que también conllevó grandes cambios en la vieja planta castellana, detalle que no suele recordarse.
Una lengua no equivale a una nación. Si en la ONU hay 193 naciones y en el mundo varios miles de lenguas, ¿faltan miles de naciones en la ONU o sobran miles de lenguas en el mundo? Todos los países europeos son multilingües, con la única excepción de Islandia.
Y España no es precisamente el más multilingüe de todos: más variedad de lenguas hay en Francia o en Italia. Además, si una lengua es igual a una nación, ¿pertenecerían los araneses a la nación catalana? Finalmente, ¿por qué de la existencia de una lengua han de deducirse consecuencias políticas?
La extensión del castellano sobre tierras catalanas comenzó en la Edad Media, cuando fue consolidándose como la lengua franca, la lengua en la que era más fácil entenderse dada su mayor extensión territorial, su mayor número de hablantes y su posición geográfica central. Los lingüistas lo han explicado mil veces.
Un solo ejemplo: Jaime II de Aragón, siglo XIII, escribía sus cartas a los reyes musulmanes de Granada en castellano, sin que el rey de Castilla tuviese participación, influencia, autoridad ni culpa alguna en ello.
Por otro lado, el cultivo literario de la lengua castellana, que no alcanzó ninguna otra lengua española, su prestigio y su peso económico provocaron el abandono paulatino de las lenguas de alcance regional, como ha sucedido siempre en todo el mundo.
Olvidando el hecho de que las primeras cortes europeas fueron las leonesas, y viniendo a tiempos más cercanos, la Cataluña del siglo XIX se caracterizó por ser una abundante fuente de pensamiento conservador y el principal reducto, junto a las provincias vasconavarras, del absolutismo y el carlismo.
Cataluña fue la única región española que se alzó en armas cinco veces en defensa de los sagrados derechos del trono y el altar, además del especial entusiasmo con el que los catalanes lucharon contra la Francia revolucionaria en 1793 y la napoleónica en 1808: durante el trienio liberal (1820-23), en defensa de la Regencia de Urgell contra la Constitución de Cádiz; en 1827, la Guerra dels Agraviats o dels Malcontents, que reivindicaron el apartamiento de los ministros liberales y el restablecimiento de la Inquisición; y en 1833-40, 1846-49 y 1872-76, las tres guerras carlistas.
¿Habrá que olvidarse, pues, de los almogávares, que dejaron imborrable recuerdo en el Mediterráneo a golpe de espada? ¿Y de los reyes catalanoaragoneses que expulsaron a los moros de España y a continuación se dedicaron a conquistar Cerdeña, Sicilia e Italia?
En tiempos más cercanos, Cataluña fue la región española que más encarnizadamente se alzó contra la invasión napoleónica, según palabras del mariscal Berthier. Los gerundenses prefirieron morir antes que entregarse. Y la primera batalla ganada a los franceses fue la del Bruch.
Durante todo el siglo XIX; Cataluña fue la región más patriota, belicista, contraria al islam, esclavista, colonialista e imperialista de España.
Durante la Guerra de Marruecos de 1859-60 Cataluña se llenó de versos, canciones, zarzuelas, himnos y obras de teatro incitando a los jóvenes catalanes a alistarse para borrar la Media Luna de la faz de la tierra.
Respecto a la esclavitud, de todas las ligas antiabolicionistas de España, la más activa fue la de Barcelona.
Habrá que olvidarse, por lo tanto, de los dos principales apoyos eclesiásticos de Franco, los cardenales Gomá y Pla. Y de un Cambó que, tras medio siglo de liderazgo catalanista, puso su fortuna a disposición de Franco y organizó en París, junto con Llonc, Ventosa, Estelrich y otros huidos de la Cataluña republicana, la Oficina de Propaganda y Prensa para defender el bando franquista ante la opinión pública europea y organizar su servicio de espionaje.
Otros catalanes que se distinguieron por su apoyo a Franco fueron, entre otros muchos, Josep Pla, Eugenio d’Ors, Agustí Calvet, Federico Mompou y Salvador Dalí.
Por otro lado, Xavier de Salas, Josep Maria Fontana, Josep Vergés, Ignasi Agustí y Juan Ramón Masoliver fundaron en Burgos la influyente revista Destino, y tres de los principales dibujantes y guionistas de las revistas juveniles Pelayos y Flecha fueron Valentí Castanys, Josep Serra y Josep Maria Canellas.